Una temporada para silbar de Ivan Doig
Una temporada para silbar. Ivan Doig / 360 páginas / 22,00 euros. Comprar libro.
Nos encontramos ante una obra deliciosa, dentro de ese género de relatos sobre la infancia y la juventud, ya sean novelados, como ocurre en este caso, o autobiográficos, con un inestimable valor añadido, por los que reconozco de antemano que siento una especial predilección, ya que me han proporcionado magníficos ratos de lectura a lo largo de mi vida.
Dentro de este mismo catálogo leí, hace ya tres años Me voy con vosotros para siempre, y no he podido evitar su presencia y comparación frecuente. Me repetía interiormente, es mejor este último porque posee un sentido del humor del que Tiempo para silbar carece, pero a medida que avanzaba en su lectura, me ganó el autor por la mano. Es un relato entrañable, de esos infrecuentes en los que todos los personajes te atraen, por los que sientes verdadera simpatía, a veces ternura, otras orgullo, incluso admiración como si fuesen hijos de tu propia creatividad. Que los observas con devoción, y no te defraudan, al revés te siguen sorprendiendo, te siguen divirtiendo.
Una familia de granjeros de Montana a principios del siglo XX son los protagonistas de la obra, el padre, Oliver, y los tres hijos Paul, de 13 años, y sus hermanos pequeños Damon y Toby. La madre ha muerto hace unos años y Oliver no piensa en absoluto en reemplazarla. Las labores agrícolas y ganaderas le ocupan la mayor parte del tiempo, además de atender a sus hijos y a la casa; lo peor es la cocina, ya que, a pesar de su buena voluntad, sus esfuerzos culinarios resultan desastrosos, solo comen bien el día de la semana que visitan a su prima Rae, alojada en otra granja cercana.
Por eso, un buen día se arma de valor, e intrigado por el extraño texto de un anuncio de ama de llaves, “no cocina pero no muerde”, decide contestar presentando una oferta de empleo, aunque sin grandes esperanzas. A pesar de que la responsable del anuncio vive en el otro lado del país, contesta afirmativamente, a la vez que pide por adelantado el sueldo de varios meses para poder trasladarse hasta Montana. Esta no será la única sorpresa, a partir de la llegada de Rose, junto con su hermano Morris, todo cambiará en casa de los Milliron.
El otro gran eje del relato, sobre el que descansa el peso principal, es la convivencia en la escuela unitaria, es decir un solo profesor y una sola clase, donde los niños de todas las edades comparten juntos las enseñanzas. El autor dota a estos pasajes de una vivacidad y nostalgia singulares, probablemente cargados de recuerdos personales, en los que resalta el aprecio por esas rudimentarias aulas que posibilitaban a los granjeros, dispersos en amplios territorios, escolarizar a sus hijos, que se desplazaban a caballo a la escuela, sin verse obligados a trasladarlos a vivir a una población mayor.
Morris es contratado como profesor, resultando ser un hombre lleno de recursos, entusiasmo y conocimiento. Poco a poco consigue estimular al grupo de niños acostumbrados a una rutina insulsa, captando su atención con sorprendentes ejemplos y analogías.
Una temporada para silbar es una estupenda propuesta como lectura de verano para oxigenarse y descansar de estos duros y broncos tiempos que nos rodean. Me ha sorprendido enormemente que esté redactado en 2006, ¡todavía se puede escribir así!, que alivio y disfrute inesperado. En la misma línea recuerdo ahora, además del divertido Me voy con vosotros para siempre, Allá lejos y tiempo atrás, La selva, y La gloria de mi padre
Nos encontramos ante una obra deliciosa, dentro de ese género de relatos sobre la infancia y la juventud, ya sean novelados, como ocurre en este caso, o autobiográficos, con un inestimable valor añadido, por los que reconozco de antemano que siento una especial predilección, ya que me han proporcionado magníficos ratos de lectura a lo largo de mi vida.
Dentro de este mismo catálogo leí, hace ya tres años Me voy con vosotros para siempre, y no he podido evitar su presencia y comparación frecuente. Me repetía interiormente, es mejor este último porque posee un sentido del humor del que Tiempo para silbar carece, pero a medida que avanzaba en su lectura, me ganó el autor por la mano. Es un relato entrañable, de esos infrecuentes en los que todos los personajes te atraen, por los que sientes verdadera simpatía, a veces ternura, otras orgullo, incluso admiración como si fuesen hijos de tu propia creatividad. Que los observas con devoción, y no te defraudan, al revés te siguen sorprendiendo, te siguen divirtiendo.
Una familia de granjeros de Montana a principios del siglo XX son los protagonistas de la obra, el padre, Oliver, y los tres hijos Paul, de 13 años, y sus hermanos pequeños Damon y Toby. La madre ha muerto hace unos años y Oliver no piensa en absoluto en reemplazarla. Las labores agrícolas y ganaderas le ocupan la mayor parte del tiempo, además de atender a sus hijos y a la casa; lo peor es la cocina, ya que, a pesar de su buena voluntad, sus esfuerzos culinarios resultan desastrosos, solo comen bien el día de la semana que visitan a su prima Rae, alojada en otra granja cercana.
Por eso, un buen día se arma de valor, e intrigado por el extraño texto de un anuncio de ama de llaves, “no cocina pero no muerde”, decide contestar presentando una oferta de empleo, aunque sin grandes esperanzas. A pesar de que la responsable del anuncio vive en el otro lado del país, contesta afirmativamente, a la vez que pide por adelantado el sueldo de varios meses para poder trasladarse hasta Montana. Esta no será la única sorpresa, a partir de la llegada de Rose, junto con su hermano Morris, todo cambiará en casa de los Milliron.
El otro gran eje del relato, sobre el que descansa el peso principal, es la convivencia en la escuela unitaria, es decir un solo profesor y una sola clase, donde los niños de todas las edades comparten juntos las enseñanzas. El autor dota a estos pasajes de una vivacidad y nostalgia singulares, probablemente cargados de recuerdos personales, en los que resalta el aprecio por esas rudimentarias aulas que posibilitaban a los granjeros, dispersos en amplios territorios, escolarizar a sus hijos, que se desplazaban a caballo a la escuela, sin verse obligados a trasladarlos a vivir a una población mayor.
Morris es contratado como profesor, resultando ser un hombre lleno de recursos, entusiasmo y conocimiento. Poco a poco consigue estimular al grupo de niños acostumbrados a una rutina insulsa, captando su atención con sorprendentes ejemplos y analogías.
Una temporada para silbar es una estupenda propuesta como lectura de verano para oxigenarse y descansar de estos duros y broncos tiempos que nos rodean. Me ha sorprendido enormemente que esté redactado en 2006, ¡todavía se puede escribir así!, que alivio y disfrute inesperado. En la misma línea recuerdo ahora, además del divertido Me voy con vosotros para siempre, Allá lejos y tiempo atrás, La selva, y La gloria de mi padre
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